Sin ser melómano, siempre he sido aficionado a la música desde joven, asistiendo, frecuentemente a los conciertos del Palacio de la Música y Cine Monumental de Madrid (años 1951-1957), en compañía de mis amigos Carlos Dobón Díaz y Salvador Llopis Cestero.
Ya mayor, seguí, en el Conservatorio de Córdoba, cuatro cursos de solfeo y tres de piano, siendo mi profesora María Consuelo Martínez Colinet. Volcado en mi trabajo como psiquiatra, y en el torbellino de la vida, tuve momentos en los que pensé que la mejor música era el silencio.
Ya jubilado profesionalmente, y entrado en los años del vacío existencial, encuentro en la música clásica no sólo consuelo afectivo y relajación espiritual, sino, también, un gran estímulo a mi creatividad literaria, ampliando mi campo de pensamiento e imaginación y facilitando mi capacidad de expresión.
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