miércoles, 14 de octubre de 2009

Nuestra lucha contra el tiempo

Hace unos días, 29 de septiembre, cumplí mis 73 años. Muchos, cierto es, y bien aprovechados, como reflejo en mis memorias, pero ya la nieve cubre mi cerebro, y empiezo a preguntarme sobre el sentido de nuestras vidas. Estoy convencido que no lo tienen, por mucho que queramos justificarnos. Somos simples portadores, y transmisores, de energía, con derecho al usufructo, a los que se nos permite, generalmente, engendrar nuevos vástagos, que a su vez transmiten la cadena. Al margen de esa obra genética, grandiosa y sublime, se nos da la oportunidad de inmortalizar nuestra obra creativa. Se supone que toda creación tiene el sentido de un mensaje, ético o estético, en el que intentamos transmitir la esencia de nuestros principios, la síntesis de lo vivido, y las conclusiones filosóficas a las que hemos llegado, pero algo más debiera haber en nuestras vidas, que se nos escapa, que nos permitiera sentirnos satisfechos, o no, de todo lo que hemos vivenciado.
La distribución de nuestro tiempo es un auténtico problema. El día solo tiene 24 horas. Tiempo que tarda la tierra en dar una vuelta sobre su propio eje. Como su perímetro es de 40.077 kilómetros, deducimos que gira, sobre sí misma, a una velocidad de 1.669,8 kmts/hora (unas diez veces la velocidad del AVE), sin que nosotros percivamos la más mínima sensación de movimiento, salvo que el sol, que es nuestra referencia, se pone antes de lo que quisiéramos. En esta lucha diaria, por aprovechar bien esas 24 horas, se nos va la vida, y pasan los días, las semanas, los meses y los años. 365 días, tiempo que tarda la tierra en girar alrededor del sol. La tierra, y yo, a lo largo de mi vida, sólo hemos girado, alrededor del sol 73 veces.
¡Qué agobio! ¡Qué poco!
Si actúo, no pienso.
Y, si pienso, no actúo.
Rizando el rizo de mi vida, intento poner orden en todo aquello que fue, más bien, fruto de las circunstancias, y no producto de mi actuar consciente, para que quede la sensación de que he sido yo el autor de la obra, cuando, realmente, he sido sólo, lector de la misma.

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