domingo, 8 de noviembre de 2009

La hipocresía reinante

Me siento fracasado como escritor, pues nadie me acepta como tal. Nadie me reclama, me saluda, o me pregunta por mis obras. Me ignoran. Algo hay en mí, a parte de la edad, que no gusta, y lo peor es que yo no sé qué es. Me temo que sea ese afán mío de asumir la verdad, mi verdad, y renunciar a la hipocresía. Piensa, o siente, la gente, que sin hipocresía el mundo sería peor, pues al conocer, aceptar y asumir la triste realidad nos avergonzaríamos y las relaciones sociales serían insoportables. Yo no lo creo así, y por ello lucho por que se imponga la sinceridad. ¿Porqué tanto orgullo, tanta vanidad, tanto fingimiento? ¿Porqué no aceptarnos como somos, con nuestras virtudes y defectos, tan humanos…? Con la hipocresía que impera solo apreciamos la falsa imagen exterior de las apariencias, y, sobre esa base, desarrollamos nuestras relaciones, que lógicamente, al ir descubriendo al verdadero ser, nos produce tan graves decepciones y frustraciones, que cambian nuestros sentimientos de aprecio, afecto, cariño o amor, transformándose en menosprecio, frialdad, indiferencia u odio. Y esto se produce con conocidos, vecinos, amigos, familiares o amantes. Como último refugio nos queda la soledad y la cultura. Algunos recurren al autoengaño, a la música, al deporte, o a cualquier otra afición más o menos sana. Y otros, incapaces de conformarse con ello, recurren a otros hábitos más gratificantes, como el tabaco, el alcohol, o la droga. Nos queda, cómo no, la resignación, la paciencia, la aceptación de esta triste realidad como algo ineludible, pero admisible, aunque nada agradable.